lunes, 28 de noviembre de 2011

CRÓNICAS INDIAS, 7



Pondicherry, dos de marzo de 2008

Nada más cruzar el umbral del hotel le ví, como él me vió a mi. Ambos lo supimos, pero seguimos el juego, alegremente, como danzando. El cambio de ciudad, el bullicio más sereno que el de Madras, el poco calor, invitaban a un paseo antes de comer. Al dejar el hotel, él seguía allí. Al volver, media hora después, ya no estaba.

Una ducha y una cerveza frías en el último enclave francés en India, una comida ligera. Despachar el correo, leer un poco, dejar que la corta tarde transcurriese y diese paso a la noche que permitiera otro paseo, el auténtico, cuando la verdadera India se echa a las calles y muestra su cara oculta.

Era sábado y había alboroto. Luces, música, mucha gente. Paseantes, familias, solitarios, parejas; los puestos de fruta, los puestos de dulces; los vendedores de té, los vendedores de nada, y la viejecilla con el mono al hombro.

Al instante sonó la alarma: yo ya había vivido eso. ¿ O lo había leído ? Esforcé mi memoria a evocar algo y recordé un relato de Tabucchi sobre su viaje a India: él había tenido un encuentro similar y, efectivamente, era un montaje para el oráculo. Le di a la señora unas monedas sin saber qué esperar, pero una voz me sacó de la incertidumbre:

¨ Pero usted no precisa del porvenir, ¿ cierto ? ¨

La frase era deliberadamente ambigua y tardé en responder, así que él volvió a adelantarse:

¨ Venga conmigo, le mostraré algo ¨

Dudé unos instantes, al fin y al cabo estábamos en la ciudad de Aurobindo, donde casi la mitad de los edificios eran parte o estaban relacionados con el ashram, o con los muchos imitadores que a la caza de la rupia fácil habían surgido de todas partes. No estaba mi ánimo para falsos gurús.

Pero su sonrisa me convenció. Sí, era el hombre con el que había jugado al ajedrez. Por el camino intercambiamos trivialidades sobre el viaje y el tiempo, en su ciudad y en la mía, y ello acabó de convencerme de que la cita era correcta.

Me llevó al edificio de la ¨ Alliance francaise ¨. Eran pasadas las siete y estaban recogiendo, pero él tenía un gran fajo de llaves que abrían todas las puertas. Los empleados rezagados le trataban con respeto. Me condujo a un sótano. Extrañamente ni el aire ni la temperatura eran agobiantes, sino más bien agradables, como si de una cueva se tratara.

La biblioteca era enorme, y estaba repleta, pero pasamos de largo hasta el despacho del fondo. Tenía varios anaqueles con libros viejos, muy viejos, envitrinados y bajo llave. Los abrió y me invitó a mirar. Entendí por qué al entrar en el edificio nos habíamos lavado las manos.

Estaba impresionado y estaba emocionado, y otra vez al borde de las lágrimas, aunque sabía bien que esta vez eran lágrimas de soberbia y vanidad. Las contuve. Pero la mitad de los libros que durante decenas de años había soñado tener alguna vez en las manos estaban allí.

La toyson d´or, Paris, 1612, versión francesa del Splendor Solis, era la joya de las joyas. Y también los textos alemanes, el Elementa Chemiae, de Barchusen 1718; o el Aureum Vellus, Hamburgo, 1708. Me dejó a mi aire, largo rato. Miré los libros desde todos los ángulos, tratando de ser todos aquéllos que lo habían hecho antes que yo, durante siglos. Los tomé todos en las manos, me senté con ellos, los hojeé, página por página. Escuché su ritmo, saboreé su aroma. Tenía un mes por delante, antes de que la colección volviera a sus lugares de origen. Qué extraño, pensé, estar en el corazón de India y encontrar el corazón de Occidente. Me vino a la mente el mandala de mi habitación en el hotel. Contenía un ojo, y era el ojo de Ptah.

¨ Usted es el hombre que sabe leer estos libros ¨, me dijo. Le miré con naturalidad, con cara de “ no esperes mucho de mi “, pero él siguió, poniendo la misma cara: ¨ Pero que no sabe leer la Gita ¨. Entrábamos en materia.

He leído, releído y estudiado la Gita muchas veces, pero, en nuestros comentarios (email) entre jugada y jugada, él siempre me decía: “ no es eso, no es eso… ¨. Lo mismo que yo le decía sobre sus comentarios a los grabados poblados de planetas y metales, retortas y alambiques, esos cuyos originales estaban ahora tan cerca de mi.

Siguió hablando: “ mi Maestro me decía que el Gita y estos símbolos apuntan a lo mismo, pero se marchó sin explicármelo. Ahora lo investigaremos juntos. Venga conmigo.¨ La noche estaba desbordando cualquier expectativa, así que le seguí, esta vez sin dudas.

“ Primero cenaremos, luego trabajaremos ¨. Aquí sí dudé, pues una comida india en lugar desconocido supone siempre un alto riesgo. Pero para mi sorpresa, en la antesala de su despacho, habían preparado una cena frugal, pero exquisita, con quesos franceses y una copa de vino. Otro regalo.

Tras la cena todo se disparó. “ Usted cree ¨me dijo, que la Gita y los otros textos vedánticos son una exposición teórica, pero son mucho más que eso. Toda la praxis está contenida en ellos, como usted me dice que toda la praxis de su trabajo está contenida en los emblemas y secuencias de los libros que acaba de tener en las manos. Por ejemplo, el primer capítulo de la Gita. Arjuna se mueve de arriba a abajo por el campo de batalla, mirando a sus parientes en el otro bando. Lo hace al azar, deteniéndose aquí y allá y evocando el horror de lo que va a suceder. Es un hombre sin ritmo. Y Krishna le pone en su sitio, le reordena con ritmo todo lo que Arjuna ha visto antes sin él. Ese cambio de ritmo sólo es apreciable en el texto original, es intraducible. Y sólo se puede entender en el contexto de toda la epopeya del Mahabarata. La Gita no es una perla aislada en el interior de un Mahabarata por lo demás trivial. La Gita es el eje sobre el que pivota todo el Mahabarata. Ninguno tiene sentido sin el otro. Por eso en Occidente nunca podrán entenderlo, porque no leen el Mahabarata completo. Venga conmigo.

Me llevó a una sala perfumada y débilmente iluminada, preparada para el ejercicio. Me hizo sentar en silencio. No se preocupe por la postura, me dijo, la postura no es importante. Notó que me puse (más) tenso, al oír algo que contradecía todos los principios del ejercicio. La postura le encontrará a usted, matizó, no se preocupe por ella.

Se colocó detrás de mi y me asió el vientre. Presionó ligeramente con ambas manos, cediendo la presión, repitiéndola, cediendo. Estuvo así mucho tiempo y cuando se retiró seguí sintiendo ese ritmo en el vientre, inspirando la vida latido a latido.

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Después insistió: usted también sabe, o cree saber, que el ritmo le encontrará a su debido tiempo, como la postura. Eso es cierto, pero debe venir de afuera. Si usted se limita a estar ahí, esperando, no cambiará nada. Tendría que probar todos los ritmos posibles hasta encontrar el suyo propio. Y hay infinitos ritmos, así que no tiene tiempo.

El ritmo debe venir de fuera, por eso es necesario un Maestro, o estar dotado de un Don especial. Pero ello no quiere decir que el ritmo de cada cual sea el del Maestro. Él nos da un ritmo, y es alrededor de él que trabajamos, y cada cual desarrolla a partir de la experimentación su propio ritmo, que es único, y que se puede transmitir para que otros sigan trabajando sobre él.

Y esto es así para cada aspecto del ejercicio y para cada capítulo de la Gita. Otro día veremos el siguiente capítulo y trabajaremos sobre él. Ahora le toca a usted hablarme sobre los grabados.

Así lo hicimos y ese, supongo, es el sueño que él estará escribiendo ahora.

Como corolario, mi querida S, algo que estoy descubriendo respecto al ritmo en la poesía (al leer me refiero, no al escribir). El poeta pone su ritmo, pero no hemos de esforzarnos en descubrir ese ritmo, en acompasar a él nuestra lectura. Más bien es nuestra propia respiración la que lleva nuestro ritmo a su poesía. Y poco a poco, lectura a lectura, esos ritmos se encuentran y se superponen y entonces leemos, de verdad, el poema.

…. A la obra se le empieza a ver el final, aunque está aun muy lejano, en el tiempo y en el esfuerzo, y queda mucho por hacer. Pero la fe en lo que aquí está ocurriendo va dando ya paso a la esperanza, y en la esperanza está la antesala del Amor.

Te dejo ahora con lo mejor que de mí mismo puedo darte, adornado ahora con esta esperanza de que se transforme en real este beso largo, tierno, profundo, que brota con rabia de mi corazón pero que espero te llegue ya dulce y armonioso.


SI LA RECUA SE DETIENE


A veces buscamos el camino entre las islas

pero se asienta

en la tierra aparentemente firme,

escondido firmemente entre montañas

adornadas por la niebla

y bañadas en rocío

cada amanecer.


A veces nos damos cuenta que los visitantes

sólo son sombras,

en la caverna,

aparentemente metálicos,

indefensos,

sin más poder que una luz

que no es la propia.


A veces nos damos cuenta y a veces no.

Entonces es la prisa o la angustia,

y el deseo incorrupto se apelmaza

en la mente y conquista el corazón.


Entonces el cuerpo, jovialmente, responde;

y la alegría nos desborda descontrolada,

y la felicidad alcanza un cénit, mas cae

a lo profundo cuando la copa es apurada.


Pero a veces nos damos cuenta

y la voluntad es férrea,

y lo voluptuoso de Afrodita

se encaja en las montañas,

sus lágrimas son su rocío, sus manos su niebla.

Y fluimos en río de agua viva,

sutilmente ocultos, discretamente visibles,

rumbo al mar.


A veces no nos damos cuenta

y es el laberinto y nos perdemos,

mas la luna vira y cambiamos la mirada,

el laberinto en sí mismo enredado,

visto desde la atalaya

donde somos arcoíris,

tras la tormenta.


A veces nos damos cuenta y a veces no.

Telémaco duerme y en su sueño

está el viaje venidero. Palas Atenea,

tal ha sido el Visitante.