martes, 7 de junio de 2011

ROLLING TERUEL




El viaje fue soberbio pues también lo era el cuarteto protagonista, perfectamente acompasado, como los músicos de Bremen, aunque estos fueron burro, perro, gato y gallo, y nosotros éramos perro, cerdo, cabra y ratita. El trío inicial, perro, cabra y rata, ya era sobradamente conocido en todos los circuitos, pero en Sarrión se unió una voz nueva, una vocecita alegre y jovial que poquito a poco se fue convirtiendo en mi Voz.

En Sarrión empezó la gran serenata, trío y Voz invitada, pero lo mejor de la Vida se confabuló para que al día siguiente se uniera al grupo y ya fuimos cuarteto. A todos nos habría dolido que no hubiera podido ser así, pero cuando quedó el trato cerrado fue como si a mi me cayera un rayo de esperanza del cielo directo a mi corazón.

La primera noche en Bilbao fue rápida y tranquila, tras una frugal cena no pudimos resistirnos a compartir un trago y allá que nos metimos en un bailongo colombiano, menos mal que con poca gente, pero aun así lo estridente de la música y que fuera non stop hacían que toda conversación fuera imposible.

Pero la Voz no calló, pues también sabía baliar, y su armonía perfecta me deleitó viéndola a través del espejo, como regalando al mundo su gracia y su frescura.

El trabajo al día siguiente fue impecable, y tuve hasta tiempo para sentir que estaba en Rodríguez Arias, en la calle de la última casa de mi padre en la ciudad. Me habría gustado tanto abrazarle en esos momentos, y que supiera que, por fin, me iba sintiendo feliz. El paseo por el parque fue un torrente de emociones, desbordado cuando ví un Seíta idéntico al que montábamos cuando me llevaba al colegio, hace tanto tiempo.

En la cena el cuarteto empezó a demostrar ser el mejor del mundo, y después tuvimos una velada espléndida en la intimidad pletórica de risas y de complicidades que ya eran de todos y para siempre. La Voz se movía en tan corto espacio con gracia y devoción, como ardilla de rama en rama tomando y dando lo mejor de lo mejor. Cuando me fui a dormir, ya la tenía en mis oídos, y al cerrar mis ojos el brillo de los suyos me acunó y me dio dulces sueños.

El día siguiente fue para el cuarteto de bodega en bodega, ¡sin soplar!, y ahí está el imán simbólico que nos recordará siempre a los cuatro, pase lo que pase, lo hermoso que fue este viaje. Fue esa noche, ya en Sarrión, que la Voz nos hizo renacer perro, rata, cabra y cerdo, y yo empecé a encontrar mi verdadero nombre, como en el noveno arcano del tarot. Disfrutamos la noche, como si fuera la última, pues así lo temíamos. Y había dolor al acostarnos en los corazones.

Pero la Vida ayudó otra vez. Me hizo levantarme hacia mediodía, y tras mi desayuno empezó a llover. La tormenta se paseaba por el valle. Comimos, tristes. Y siguió lloviendo hasta el granizo. ¡Qué pena!, dijo la Voz, qué pena para mis rosas, qué pena para el campo. La ternura se me vino encima y no lo pude resistir. Amaba esa Voz. Todos la amábamos. Y el cuarteto se quedó.

Y ahí sí fue una noche, más corta, pero más maravillosa. Todo estaba ahí y fluía. Fuimos felices como niños. La Voz se sentaba, se levantaba, hablaba, callaba, se cubría los ojos con las manos, retiraba las manos y era como si Dios abriera el Universo. Volaba por la casa, todos la queríamos y éramos felices. A la hora pactada, medianoche en punto, nos fuimos a las camas, pero yo tenía el peta en subidón y me tuve que levantar para ayudarme con el vinillo que quedaba a tener un sueño despierto en el que no paré de hablar, solo para mi, esta vez, pero no estaba solo, estaba feliz. Hasta que la Voz me susurró, desde dentro: ahora, y allá que me fui a dejar que la tierra me abrazara en forma de colchón de lana. El que habíamos mullido, ella y yo, por la mañana.

Al otro día la despedida sí que era real pero ya no había tristeza. Éramos un cuarteto, consolidado. Tantas vivencias compartidas, y tanto que era ya como si fuéramos uno. Cierto que había nostalgia de un futuro incierto, pero ese deje de melancolía la Hermana lo transformó en esperanza cuando manipuló su Ipod, (creí que mandaba un sms), y el otro cuarteto empezó a tocar.

Paint it black. La canción justa y perfecta cuando el trío miraba hacia atrás con lágrimas en los ojos. El Universo sigue, me dijo la Hermana. Me recosté y sonreí, la Voz cantaba en mis viejas y cansadas orejas, y la veía con su mono azul, sumergiendo brocha y rodete en la lata de 15 kilos de pintura, para pintarme a mi, entero, pero de blanco. Aprendiz de Amor.