martes, 15 de marzo de 2011

AHORA QUE ESTAMOS SOLOS

Mi querida amiga, Amor mío,

Ahora que estamos solos puedo por fin hablarte desde la intimidad y el silencio. Pues que han pasado muchas cosas, y tu recuerdo me ayuda a comprenderlas y a valorarlas con la objetividad que la situación requiere.

Seguro que esta forma mía y nueva de hablarte te sorprenda, pero no puedo menos que recordarte lo que acordamos, tú y yo, Amor, cuando tras apurar el chablis que te había ofrecido, descubriste que todo lo que yo te había contado, todo lo que te había dicho, todas las cosas, gratas e ingratas, que te había confesado, eran pura verdad.

Pensamos entonces en lo que nos había pasado, días antes, en la carretera, ¿recuerdas?, cuando nos perdimos en la montaña y al ponerse muy fea la cosa con la nieve nos dimos cuenta de que a poco que empeoraran nos íbamos a matar. Los dos. Y por la noche, ya tranquilos, nos lo contamos y resultó que ambos sentimos lo mismo: dios mío, dios mío, no quiero, no quiero, no quiero perderte.

Lo que son las cosas, mi Amor. Pero voy a tu pregunta y te digo que hay un fuego que no está alimentado por el encantamiento ni por la superficialidad de los enamorados. Ese es mi fuego, como sé que también era el tuyo, el fuego fatal cuyas ascuas no pueden ser apagadas nunca por la rutina ni por el aburrimiento, que no podemos extinguir ni nosotros mismos, porque es un fuego robado del cielo por manos humanas, y los dioses odian eternamente a esos ladrones.

Eso fui yo, Amor mío, un ladrón de pasiones que ni fueron mías, ni lo son ahora, porque allí y entonces las compartí contigo, Amor, y aquí y ahora son el listón alto en el que te guardo sólo para mi. Ese fuego arderá en mi corazón, porque yo así lo quiero, Amor mío, y no quiero apagarlo, ni puedo, por más que me traiga o me robe la vida.

Cuando te conocí, mi Amor, era yo tierra fértil y virgen, pero absolutamente horizontal, como una gran fundación de hormigón esperando quien la levantara. Y ahí pusiste tú, Amor mío, tu vertical, y llegó a tal profundidad que nada he sufrido en la vida que pueda acercarse a lo que contigo viví. Si tengo que entrar en el desierto, que la sed me abrase, ya. Si tengo que hacerme a la mar que se lleve mi remo, ya. Si tengo que pasar de nuevo por la delicia del amor, recuérdame tú, amiga del alma y del corazón, lo que es el chablis y las manzanas y tu almohada perfumada junto a mi máscara moribunda. Recuérdame quien eres, para que yo no baje nunca el listón, porque sólo contigo escribí la canción, la más hermosa del mundo.