sábado, 12 de marzo de 2011

MI INICIACIÓN





Yo no era nada, y nada es como se espera, sabiendo solo esto me levanté temprano ese día. Con tiempo de sobra. Una ducha purificadora, un frugal desayuno para romper el que llevaba observando una semana. Preparar la ropa, vestirme en silencio como si fuera la última vez, dejar en orden los pequeños detalles de la casa, regocijarme en todo ello, y sobre todo la voluntad de no correr....hicieron que el tiempo se me echara encima.

Salí con justeza, apenas 15 minutos para llegar a una logia donde sabía que la puntualidad era un requisito imprescindible, más para mi, como visitante, por deferencia, más para mi, que me creía visitante indeseado o al menos ignorado. Quince minutos, como los treinta segundos de la canción que anexo, que en su día me inspiró para que naciera este cuaderno de bitácora.

Se me ocurrió un camino alternativo y tuve suerte, una vez más. A las once menos cinco pude decirme que si encontraba aparcamiento rápidamente llegaría a la hora en punto....y así fue.

La puntualidad, como casi siempre en nuestra Orden, es un mito, y tuve ocasión de saludar con tranquilidad a la VM y al 1ºV, y a muchos, muchísimos HH que me recibieron con un calor extraordinario. Gracias a todos.

La primera plancha era de una HH AA que escribía por vez primera tras su iniciación: Ante mazo y cincel, la piedra espera y sonríe. Tal era el título, y aquí me desbordé. El trazado era excepcional, y era yo. Yo, pequeño aprendiz de pulidos y desbastes, yo, MM del REAA me hallaba, en esas palabras pequeñas y nobles, en lo que nunca había podido ser y que allí había ido a buscar: ponerle cara a mi Soledad, pero allí estaba: la Soledad no tiene nombre, solo sonríe y espera.

La segunda plancha era un soberbio trazado de un H que se marcha a Palestina con los chicos de Barenboim. Compañeros y maestros repulieron el trazado y yo había hilvanado un argumento que estaba a punto de dejar caer, pero me pudo la modestia, creía yo, en realidad la vanidad de dejar para el final mi intervención, así luciría más. Me la pisó en la suya el 2ºV, joven y sabio, y sentí que estaba bien así, pero me quedó la cuestión de que si me hubiera adelantado en el uso de la palabra habría sido yo quien se la habría pisado a él. Todo iba bien

Luego intervino el 1ºV e hizo una alusión a mi persona, lo que me obligó (me permitió, lo estaba deseando) a hablar un poco sobre el tema y coronarlo con la llamada al Amor que debe estar (a mi entender) delante de todo en nuestra Orden. Y mientras hablaba sobre la Esperanza y el Amor te vi, como eres, Soledad, y empecé a saber de tu verdadero Nombre. Todo se iba aclarando.

En la cadena de unión miré, como siempre, hacia arriba, a la Vertical. Y ahí vi tu rostro, Soledad. Tú bajabas tu listón y yo mantenía el mío. Tú quedas ahí y yo aquí. Así está bien. Tú serás feliz y yo no, pero yo le he puesto cara a tu Nombre, Soledad.

En bien general de la Orden tuve palabras directas para que fueran entendidas como una llamada y una petición de Paz, Piedad y Perdón (sic M. Azaña). Creo que así fue, la despedida de la VM y del 1ºV fueron más íntimas que los saludos de antes de la tenida.

Ahora este blog acaba su ciclo. Ya no hay fantasmas en mi vida, hace tiempo que no tengo insomnio, y desde hoy ya no estoy solo. Sé de tu Nombre, Soledad, y Te he puesto cara. Y a pesar de todo, no estoy solo.

Gracias a todos los que me habéis leído, vuestro esfuerzo ha conseguido esto: que no esté solo, que os tenga míos, que le haya puesto cara al Nombre, que Soledad sea Amor y que el Amor reine entre los Hombres. Que, roto yo al fin, haya hallado lo que de verdad vale la pena: la Pasión.

La pasión en soledad de un hombre feliz.

ATREVERSE



Se me fue la alegría como un rumor de aguas por el lavadero de mis miserias. Neretva era el nombre del río en el que de ti supe y en el que empecé a flotar en tu aliento. Allí diste, entre campos minados, sentido a una vida rota, anhelo a mi laberinto, voz y música a un sueño que nacía. Pero no te vi, y no te puse cara.

Ya todo fueron ríos. A veces, también montañas. Como con Sarah. Otras, solo ríos. El río del barquero de Siddhartha, el río que no se cruza. El de la serpiente verde, el río de Goethe, el de la Pfeiffer, ma chérie. El río del Hermano Germinal y su ansiado remanso, que no llega. El río que duda ante el desierto, que no se atreve. Yo sí. Yo sí crucé los desiertos y en busca de tanto mar aprendí a amarte, a quererte, pero seguí sin poder poner cara a tu nombre.

La última vez que estuve en el Gólgota fui sólo para buscarte. Me desperté de la noche y lo supe. Y corrí a encontrarte. Llegaste tarde, como yo no he llegado luego siempre. Y así tampoco pude ponerte cara.

Cuando hace unos días resolví volver al Gólgota también era para buscarte. O para estar ahí, simplemente. A existir. Pero ya no puede ser así: yo sigo porque quiero en el río y sin derecho al descanso. Porque escogí seguir buscando. Sé donde lleva un viaje como este, sé qué es ser Nada. Sé del Laberinto. Y decido y lo elijo. Mañana, por fin, sabré tu Nombre.

He tenido mi Troya incendiada y saqueada. Pero Helena se fue con el Otro. He tenido mi odisea, mi viaje de vuelta, he sabido de Ítaca y adrede he pasado de largo. He tenido mi grial, mi Moby Dick, allá en Madras. Mañana viviré la cuarta historia, la del dios sacrificado. Mañana le pondré al fin Cara a tu nombre.