viernes, 3 de diciembre de 2010

PONFERRADA

Me asomo a la ventana al despertar y por vez primera luce un sol esplendoroso, pero queda el blanco de la nevada de anoche. En el parque de enfrente, labrado en la nieve, un mensaje: Alberto y Bea. Anoche, antes de bajar a cenar, vi a Alberto desde esta misma ventana cuando comenzaba su trabajo, aunque no sabía lo que estaba haciendo. Son letras grandísimas, de tres o cuatro metros, hermosamente entrelazadas. Debió llevarle varias horas concluirlo, en el frío de la noche. ¿Cuantas noches esperó Alberto la gran nevada para expresar sus sentimientos hacia Bea? ¿Por qué eligió ese modo de hacerlo? ¿Le habrá aceptado Bea? ¿Qué sentido tiene un amor así? ¿Pero es que importa el sentido si el amor es en realidad Amor? Esas preguntas me hago y pienso en la noche sublime de Alberto y Bea....¡Qué inocente todo! Pero qué bonito.....

Como hacía buen tiempo y el frío era soportable decidimos que el día fuera tranquilo. Por la vieja Ponferrada, de la iglesia al museo, del museo a la basílica, de la basílica a otra iglesia. Despacito, y entre visita y visita, paradita en los perfectamente aclimatados tugurios de la zona para el tinto y la tapita. Comida frugal, desde luego y ¡ay, que lentejitas....!

Por la tarde, el castillo templario. Grande, fascinante, misterioso. Pienso en aquellos hombres, tan distintos a mi por creencias y por armas, pero tan iguales en la necesidad de luchar cuando la injusticia se hace presente y, a pesar de las derrotas, no rendirnos nunca, nunca...

A la salida del castillo, como sorpresa de despedida, una exposición de libros viejos, muy, muy viejos, Beatos de Liébana casi todos. Papel o pergamino escrito e iluminado hace más de mil años. ¡Qué hermosos grabados, qué color, qué escenas! Algunos, muchos, surrealistas, oníricos, me recuerdan al CG Jung del libro rojo. No creo que esos monjes se limitaran a copiar y copiar, más bien que ellos tenían también su Filemón escondido en su particular cámara de reflexión y fueron capaces de sacarlo, estudiarlo, dialogar con él, y ponerlo en el pergamino. Recuerdo la exposición de textos de alquimia en Pondicherry, hace ya tanto tiempo, allá, en el oriente. Aquello fue un hito, un punto y aparte. ¿Qué sucederá ahora? ¿Conmigo? ¿Quien soy, qué quiero ser, dónde he de llegar?

A la vuelta, buscando el aparcamiento, nos perdemos, para variar y ¡bingo! encontramos por casualidad la versión local del Caracol, aquí llamado Lobos y Lobas. El apacible ambiente, la música, las personas, la propietaria, sus amigos, los parroquianos,...en fin, que de allí al hotel a la ducha y a cenar, frugalmente, algo, y para allá que vamos otra vez, que mañana es sábado y no hay que madrugar.

BURGO DE OSMA A PONFERRADA

Nos desayunamos con la catedral del Burgo de Osma, gótica ella, para compensar un poco del silencio románico. O eso creíamos, porque la iglesia estaba desierta y tuvimos ocasión de gozar del raro privilegio de pasear una catedral gótica en solitario. El silencio era más grande que en los pequeños edificios románicos, pero era igual de profundo y absorbente. La mente también se rebelaba y zumbaba, pero entre zumbido y zumbido me percataba de que Ello estaba ahí, manifestándose, de que por fin había luz, y circulaba. Todo estaba bien, al fin.

El paso a través del cañón del río Lobos fue magnífico. Subimos y subimos, otra vez hasta los mil y pico metros, y, ya arriba, paramos en un mirador, desierto, desde luego. Caminé con cuidado hasta el borde del cañón y allí apareció el milagro en forma de águila planeando, pasando tan a mi lado que casi la acariciaba, que vi cómo su ojo me ignoraba, y me vino a la mente aquel poema:

...si alguna vez me ves
mirándote a los ojos
y descubres en los míos
un deje de amor
no retires tus fusiles
ni creas que he cambiado
sabe, simplemente,
que puedes contar conmigo...

El águila pasó, pero había muchas más en el cielo.

En Santo Domingo de Silos estaba todo cerrado, pero no importó. Estábamos en el lugar en el que los monjes, los mismos que traducían a Aristóteles y Avicena (bueno, este algo después) se dieron cuenta que la lengua nueva que hablaba el pueblo en la frontera podía ser escrita con los mismos grafismos que el viejo latín. Aquí nació el castellano, que hoy es español y mundial, el lenguaje con el que mejor juego e investigo los símbolos, con el que me transmito, a mí mismo, mis emociones, mis pasiones, y que sea por mucho tiempo.

El resto del viaje fue trivial, excepto porque conducir con la nevada en contra, formando un túnel ante los ojos que absorbía y mareaba, me trajo la memoria de la escena final de 2001, odisea del espacio, no me habría extrañado despertar de pronto en otro tiempo y en otro lugar, ¿sería yo mismo? Por ejemplo en una suite, con la cámara espacial al lado, escuchando mi propia respiración 40 años después, renaciendo niño a un universo nuevo. Quizá fue así.

Llegamos, una vez más, tarde a la meta, pero, también una vez más, a tiempo para el aperitivo. La cena, frugal esta vez: menú del día, con crema de marisco y albóndigas a la jardinera, café incluido. Y un pacharán, para la digestión y para desembotar la mente, de tanta y tanta inocente blancura.