jueves, 4 de mayo de 2006

TRES GENERACIONES DE HADOQUES


Le reñí diciéndole que había que hacer las cosas despacio y bien. Y entonces entendí que yo era mi padre.

Que la vida es una continuidad infinita y que estos detalles son la manifestación de Dios en la tierra de los hombres, todos los cuales somos parte de Él.

Si yo hubiera sido niña, madre, sería tú. Pero no fue así.

Él vió en París la misma catedral que yo.

Él compuso sus artículos como yo mis poemas.

Él sabía lo que era pensar siempre en los demás. Yo lo intento.

Me haré viejo, si Dios quiere, y fumaré en pipa, al fin.

Añoraré el mar. Haré películas. Seguiré aprendiendo, siempre.

Cuando voy al cementerio no me siento un extraño, porque soy una parte real de la tumba de mi padre, como él lo es de mi vida cotidiana. Me habla y me guía en la noche y en la mañana y en la tarea de todos los dias.

No le puedo echar de menos. No se ha ido.

El mundo es mágico porque Dios así lo quiere. Bendita sea esta vida que me permite dar testimonio de él. Y a tí te lo debo, madre.